De mis innumerables defensas en los tribunales de injusticia de la República de Quechueslovaquia, de la que a la fecha soy un habitante con DNI y con derecho a voto hurtado por cualquién malandrinete a quien el poder lo seduce al extremo de cambiar a Sabina por Tongo o de inventar una triquiñuela barata que pueda prosperar en aras del futuro de este país donde los más desprotegidos no tienen futuro, uno de los casos que tuve a mi cargo, el cual me generó una naúsea poco propia de un viejo lobo que conoce los extremos más aberrantes de la indiferencia y la corrupción, fué la defensa judicial de los niños de la calle.
Los niños de Generación, son una comunidad de pequeños seres humanos abandonados a su mala suerte por el destino y a quien esta ciudad y la indiferencia de sus gobernantes los tiene confinados a vivir en las orillas del Rímac, pero no del río hablador de Chabuca, sino de esa pestilente cloaca llena de alimañas y ratas que más parece un acequia que pasa por Lima, con la indiferencia de todos sus habitantes por recuperar ese símbolo ecológico, que hace muchos años fué para los indios camaroneros de Taulichusco el último Cacique de la luego tres veces coronada villa Ciudad de Los Reyes, fuente de vida y eternidad.
La única Institución que se preocupa por esta realidad terrible de niñez abandonada a su suerte en las calles de esta ciudad de trashumantes adictos a cualquier cosa: carros del año, combis, tarjetas de crédito, sexo, secuestro, alcohol, marihuana, éxtasis, pasta, reelección, Tongo, traición e indiferencia; se llama GENERACIÓN, cuya Directora es mi amiga Lucy Borja, quien ama tanto su trabajo de atender a estos niños y niñas, que es capaz de aceptar la persecución implacable de los inmorales.
Recuerdo que el reelecto alcalde de Magdalena del Mar, Francis Allison, desató una infernal cacería contra estos niños, logró cerrar su casa y confinarlos a su suerte en las calles, bajo argumentos que causarían espanto en cualquier lugar menos en este Perú que amo siempre y odio a veces, los fundamentos jurídicos de la resolución eran de espanto, entre otras cosas señalaban que la presencia de los niños de la calle en la zona residencial de Magdalena depreciaba el valor comercial de los inmuebles aledaños, que existían quejas de los vecinos por robos, cuando en la Comisaría del distrito no aparecía una sola denuncia al respecto.
Luego de la clausura ordenada por una Jueza que inmediatamente convocó a una conferencia de prensa en la que adelantó opinión en contra de Lucy y sus niños, el Dr. Alissón Oyague, apostó serenazgos que impedían el acceso a la casa hasta con cadena y candado, inmediatamente le interpuse un habeas corpus y el honorable burgomaestre de Magdalena negó en todos sus extremos la demanda, a pesar del profuso caudal probatorio, sólo se logró que retirara el permanente acoso sobre los mayores, pero los niños de la calle hasta la fecha no tienen el derecho a vivir en su única casa, en la que tenían amor, afecto y cuidados que nadie, pero nadie les dió, ni les dará salvo la inquebrantable Lucy.
Durante ese tiempo pude apreciar el desencuentro con la moral y el afecto por los niños por parte de algunas magistradas "de familia", tanto de primera, como de segunda instancia, leí horrorizado las sentencias del Tribunal Constitucional de aquel entonces, que avalaban el atropello contra los más débiles y sus derechos.
Saben del desenlace en cuanto al archivamiento de las denuncias contra el honor sexual de algunos de esos niños, Jaime Bayli ya dedicó algún espacio a ese Fiscal que consintió que quedarán impunes los delitos de quien degenera a los más sagrado que puede tener un país que es su niñez.
Creo que a pesar de todos los acontecimientos políticos que nuestra ciudad vive, donde el fuego graneado de insultos e injurias es lo que está de moda, donde las campañas por demolición interesan más que los seres humanos y donde hemos visto alcaldes reelectos que bajan sus programas de gobierno del "rincón del vago", existen muchos limeños que aman a los animáles, a los árboles, la naturaleza y a los niños, a esos "locos bajitos", a ellos estas líneas, para que impidamos que en la ciudad de Lima, las mentes más cavernarias establezcan los "Ghetos", en las que se tenga prohibido a la nanas el bañarse en la playa, salvo de noche y los que se rechacen a los niños a quien la vida les nego una sonrisa materna y un pan que Lucy les regala todos los días.
Los niños de Generación, son una comunidad de pequeños seres humanos abandonados a su mala suerte por el destino y a quien esta ciudad y la indiferencia de sus gobernantes los tiene confinados a vivir en las orillas del Rímac, pero no del río hablador de Chabuca, sino de esa pestilente cloaca llena de alimañas y ratas que más parece un acequia que pasa por Lima, con la indiferencia de todos sus habitantes por recuperar ese símbolo ecológico, que hace muchos años fué para los indios camaroneros de Taulichusco el último Cacique de la luego tres veces coronada villa Ciudad de Los Reyes, fuente de vida y eternidad.
La única Institución que se preocupa por esta realidad terrible de niñez abandonada a su suerte en las calles de esta ciudad de trashumantes adictos a cualquier cosa: carros del año, combis, tarjetas de crédito, sexo, secuestro, alcohol, marihuana, éxtasis, pasta, reelección, Tongo, traición e indiferencia; se llama GENERACIÓN, cuya Directora es mi amiga Lucy Borja, quien ama tanto su trabajo de atender a estos niños y niñas, que es capaz de aceptar la persecución implacable de los inmorales.
Recuerdo que el reelecto alcalde de Magdalena del Mar, Francis Allison, desató una infernal cacería contra estos niños, logró cerrar su casa y confinarlos a su suerte en las calles, bajo argumentos que causarían espanto en cualquier lugar menos en este Perú que amo siempre y odio a veces, los fundamentos jurídicos de la resolución eran de espanto, entre otras cosas señalaban que la presencia de los niños de la calle en la zona residencial de Magdalena depreciaba el valor comercial de los inmuebles aledaños, que existían quejas de los vecinos por robos, cuando en la Comisaría del distrito no aparecía una sola denuncia al respecto.
Luego de la clausura ordenada por una Jueza que inmediatamente convocó a una conferencia de prensa en la que adelantó opinión en contra de Lucy y sus niños, el Dr. Alissón Oyague, apostó serenazgos que impedían el acceso a la casa hasta con cadena y candado, inmediatamente le interpuse un habeas corpus y el honorable burgomaestre de Magdalena negó en todos sus extremos la demanda, a pesar del profuso caudal probatorio, sólo se logró que retirara el permanente acoso sobre los mayores, pero los niños de la calle hasta la fecha no tienen el derecho a vivir en su única casa, en la que tenían amor, afecto y cuidados que nadie, pero nadie les dió, ni les dará salvo la inquebrantable Lucy.
Durante ese tiempo pude apreciar el desencuentro con la moral y el afecto por los niños por parte de algunas magistradas "de familia", tanto de primera, como de segunda instancia, leí horrorizado las sentencias del Tribunal Constitucional de aquel entonces, que avalaban el atropello contra los más débiles y sus derechos.
Saben del desenlace en cuanto al archivamiento de las denuncias contra el honor sexual de algunos de esos niños, Jaime Bayli ya dedicó algún espacio a ese Fiscal que consintió que quedarán impunes los delitos de quien degenera a los más sagrado que puede tener un país que es su niñez.
Creo que a pesar de todos los acontecimientos políticos que nuestra ciudad vive, donde el fuego graneado de insultos e injurias es lo que está de moda, donde las campañas por demolición interesan más que los seres humanos y donde hemos visto alcaldes reelectos que bajan sus programas de gobierno del "rincón del vago", existen muchos limeños que aman a los animáles, a los árboles, la naturaleza y a los niños, a esos "locos bajitos", a ellos estas líneas, para que impidamos que en la ciudad de Lima, las mentes más cavernarias establezcan los "Ghetos", en las que se tenga prohibido a la nanas el bañarse en la playa, salvo de noche y los que se rechacen a los niños a quien la vida les nego una sonrisa materna y un pan que Lucy les regala todos los días.
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